miércoles, 30 de junio de 2010

Literatura y colonialismo. El "horror histórico" en las tinieblas del Congo belga.

Literatura del terror colonial

Un libro rescata los informes de escritores que combatieron al rey Leopoldo - Vargas Llosa novela la vida del diplomático Casement que denunció la crueldad.
TEREIXA CONSTENLA

Lean esta historia sobre Henry M. Stanley (el de "el doctor Livingstone, supongo"). "En Londres había comprado cierto número de baterías eléctricas que, al fijarlas en el brazo por debajo de la casaca, se comunicaban con una cinta que pasaba por la palma de la mano del hermano blanco, y cuando éste daba al hermano negro un cordial apretón de manos, el hermano negro se quedaba muy sorprendido ante la gran fuerza del hermano blanco, porque lo dejaba tambaleándose con solo darle la mano de la fraternidad. Cuando el nativo preguntaba acerca de la disparidad de fuerza entre su hermano blanco y él, se le decía que el hombre blanco era capaz de arrancar árboles".

Con triquiñuelas similares, Stanley consiguió que jefes africanos firmasen tratados que entregaban su tierra al rey Leopoldo de Bélgica, que había fichado al explorador para poner su pica en el corazón de África. La historia pertenece a la carta abierta al monarca enviada por el coronel George W. Williams en 1890, recogida en el libro La tragedia del Congo, publicado por Ediciones del Viento junto a otros tres documentos inéditos en español sobre el triste pasado colonial del país, firmados por el diplomático Roger Casement y los escritores Arthur Conan Doyle y Mark Twain.

El coronel Williams no era cualquiera. Era negro. Uno de los primeros con poder para influir -fue historiador y el primer parlamentario negro de Ohio- sobre los acontecimientos políticos. Williams viajó al Congo con la intención de llevar negros estadounidenses para trabajar en África y contribuir al desarrollo de sus hermanos. "Cuando comprendió lo que estaba ocurriendo allí, no pudo contenerse y publicó su carta. Se le cerraron las puertas y se le dio la espalda. Falleció prematuramente de tuberculosis, lo que supuso un gran alivio para el Gobierno del Congo", explica el editor Eduardo Riestra.

A pesar del filón literario del Congo, cree Riestra que faltaba letra fría, informes y documentos de la época, como el que suscribió en 1903 el diplomático irlandés Roger Casement, que anota con meticulosidad burocrática chanchullos, tropelías y espantos: "Cuando estaban a punto de sentarse a comer, su marido le dijo que uno de los soldados iba a regresar con una cesta llena de manos cortadas, que había dejado afuera (...). Entonces ella, junto a su marido, salió para ver con sus propios ojos aquellas manos, cuatro de las cuales eran de niños". El informe Casement, escrito en 1903, tardó en difundirse por las presiones belgas. Cuando lo hizo, estaba mutilado y sin nombres propios. El antiimperialista Casement sería ejecutado. De esa vida novelesca dará cuenta la próxima novela de Mario Vargas Llosa.

Recuerda Albert Sánchez Piñol lo que decía Aristóteles: que solo hay 17 temas literarios. "Uno de ellos es el horror, el viaje al corazón de las tinieblas, que diría Conrad". Y Sánchez Piñol, que ya había viajado a un terror insular y viscoso en La piel fría (2003), se aventuró a por otro espanto en Pandora en el Congo (2005), donde se relata la expedición de aristócratas británicos que buscan oro y diamantes y encuentran tinieblas. "Al margen de testigos históricos, Conrad es el primero que establece un vínculo entre literatura y realidad. Lo plantea como un viaje al horror que empieza con la colonización y se perpetúa hasta nuestros días", expone el escritor y antropólogo, que visitó por vez primera el Congo para realizar un trabajo de campo sobre los pigmeos, "los seres más lejanos a nuestra civilización".

Todavía regresaría una segunda vez al país donde coexisten "horror histórico" y alternativas a la civilización actual. Dejó de hacerlo cuando le atrapó la guerra civil: "Algunos cálculos señalan que han fallecido entre tres y cuatro millones de personas".

Joseph Conrad abrió la espita -llevada luego al cine magistralmente por Coppola en Apocalypse now (1979), aunque ambientada en Vietnam- sobre la literatura inspirada en el horror colonial. Y ahí sigue, abierta y fecunda. Bernardo Atxaga eligió el Congo belga para su novela Siete casas en Francia (2009), otro viaje a las tinieblas sin afán aleccionador. "Quizás el tema, o el espacio geográfico, sean lo más superficial del libro; el lenguaje es lo fundamental", sostiene.

Atxaga, alérgico a las modas literarias, buscó el Congo como una geografía imaginaria a la manera de La isla del Tesoro de Robert L. Stevenson. "Necesitaba un lugar alejado, aislado, con un pasado de leyenda. En este caso, la leyenda es la crónica de explotación y crimen. Se puede abordar denunciándolo como Mark Twain o, como si no importara nada, que es lo que yo pretendía en mi novela", cuenta.

El autor vasco alude a El soliloquio del rey Leopoldo, el panfleto escrito por Twain en 1905 para caricaturizar al monarca, que también se ha incluido en el libro de Ediciones del Viento, junto al ensayo El crimen del Congo, escrito en 1909 por Arthur Conan Doyle. El padre de Sherlock Holmes consideraba que lo cometido en el país superaba todas las atrocidades anteriores: "Ha habido expropiaciones como la de Inglaterra por los normandos, o la de Irlanda por los ingleses. Ha habido masacres en pueblos como la de los sudamericanos por los españoles, o de naciones sometidas por los turcos. Pero nunca antes ha habido semejante mezcla de expropiación y masacre absolutas realizada con el odioso disfraz de la filantropía y teniendo por motivo el más vil de los intereses comerciales".

Conan Doyle recordaba que Leopoldo de Bélgica, un monarca constitucional en Europa y "un autócrata absoluto" en África, se había presentado ante las grandes potencias con un "fajo de tratados", obtenidos mediante engaños con pagos tan ridículos como "un abrigo de tela roja con adornos dorados, una gorra roja, una túnica blanca (...), cuatro garrafones de ron, diez cajas de ginebra".


Periodismo y ficción en África

- El corazón de las tinieblas (1902). Joseph Conrad.

- Cuadernos africanos (1999) Península. Alfonso Armada.

- El fantasma del rey Leopoldo (2002). Península. Adam Hochschild.

- Ébano (2003). Anagrama. Ryszard Kapuscinski.

- Pandora en el Congo (2005) Suma. Albert Sánchez Piñol.

- Siete casas en Francia (2009) Alfaguara. Bernardo Atxaga.

Fuente: Diario El País (España).
Madrid - 23/06/2010.

Recomendado:

Leopoldo II y El Colonialismo Belga.

“Roger Casement: Imperialist, rebel, revolutionary” (Imperialista, rebelde, revolucionario).

domingo, 27 de junio de 2010

Ligeia

"...la llamaba por su nombre en voz alta durante el silencio de la noche..."

LIGEIA

... "Es la persona de Ligeia. Era de alta estatura, un poco delgada y, en sus últimos tiempos, casi descarnada. Sería vano intentar la descripción de su majestad, la tranquila soltura de su porte o la inconcebible ligereza y elasticidad de su paso. Entraba y salía como una sombra. Nunca advertía yo su aparición en mi cerrado gabinete de trabajo de no ser por la amada música de su voz dulce, profunda, cuando posaba su mano marmórea sobre mi hombro. Ninguna mujer igualó la belleza de su rostro. Era el esplendor de un sueño de opio, una visión aérea y arrebatadora, más extrañamente divina que las fantasías que revoloteaban en las almas adormecidas de las hijas de Delos"...

Edgar Allan Poe y su lucha contra Azrael.

El viajero y su sombra.


Elogio de la sombra
(J.L. Borges)

La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.
Buenos Aires,
que antes se desgarraba en arrabales
hacia la llanura incesante,
ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,
las borrosas calles del Once
y las precarias casas viejas
que aún llamamos el Sur.
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
De las generaciones de los textos que hay en la tierra
sólo habré leído unos pocos,
los que sigo leyendo en la memoria,
leyendo y transformando.
Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
días y noches,
entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
la firme espada del danés y la luna del persa,
los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy.

Monsiváis y Bizancio.


"Ingenio rápido, cultura profunda, mirada penetrante, referencia oportuna, melancolía escondida, regocijo siempre". De esta forma describe Carlos Fuentes en este artículo a Carlos Monsiváis, fallecido el pasado día 19. El escritor mexicano rememora la estrecha relación que ambos mantuvieron durante décadas, y sus intereses y amigos comunes.

Mirad: Pasiones de Monsiváis