martes, 5 de noviembre de 2013

En Babilonia se practicaba una religión ritual en la que el sexo era sagrado, hasta tal punto que se oficiaba en los templos.



“El sexo se oficiaba en los templos”

Federico Andahazi (Buenos Aires, 1963) considera haber llegado a una edad madura, porque un escritor de 40, para él, es un escritor adolescente.

El escritor argentino Federico Andahazi se responde en “El libro de los placeres prohibidos” las preguntas que se realizó sobre el amor y el sexo y su relación con lo sagrado y lo profano con su primer libro, “El anatomista”.

Desde que publicó “El anatomista”, en 1997, Federico Andahazi ha publicado una docena de libros que abarcan distintas épocas de la historia, y una obra de no ficción: “Pecar como Dios manda. Historia sexual de los argentinos”, en tres volúmenes. Actualmente viaja por el mundo presentando “El libro de los placeres prohibidos” (Planeta, 2012), con el cual llegó para presentarla en la Feria Internacional del Libro de Lima 2013. 

Andahazi considera que este libro es como la segunda parte de una saga conceptual que comienza con su primera obra, “El anatomista”. La razón es que, como él lo explica, cuando escribió ésta, era un escritor muy joven, apenas tenía “veintipocos años”, como le gusta decir, y suponía que escribir libros consistía en plantearse preguntas, pero ahora, a sus cincuenta, considera que los escritores también tienen el derecho a contestarse algunas de las interrogantes que se han planteado. En este su reciente creación, el escritor argentino se responde las preguntas que se hizo sobre la vida, el amor y el sexo en su primera novela.

El sexo sagrado“Yo cumplí este año 50 y creo que para jugar el fútbol ya estoy viejo; me hubiera encantado, pero ya estoy viejo; pero para ser escritor creo que acabo de entrar en la edad adulta hasta ahora. Me parece que un escritor de 40 años es un escritor adolescente. Parte de esta madurez literaria radica en responderme las preguntas que algún día me hice”, dice.

Una de esas primeras preguntas fue: ¿en qué momento la prostitución dejó de ser algo sagrado para convertirse en algo pecaminoso y prohibido? Andahazi lo resuelve así: “Eso se puede fijar claramente en la historia. Varios siglos antes de Cristo, los hebreos fueron sometidos por los pueblos babilónicos. En Babilonia se practicaba una religión ritual en la que el sexo era sagrado, hasta tal punto que se oficiaba en los templos. Yo hubiera sido muy religioso en esa época. Además, esas misas babilónicas eran orgiásticas: cuanto más placer sentían los feligreses, cuanto más placer les ofrecían las sacerdotisas, tanto más se rendía culto a la divinidad, particularmente a la diosa Ishtar. Claro, cuando los hebreos consiguen librarse del yugo babilónico, van a repudiar de tal forma al opresor que la sexualidad ritual va a quedar asociada a ellos y la sexualidad en general va a quedar asociada a Babilonia y al opresor babilónico. De modo que por herencia judeocristiana nosotros heredamos ese repudio al sexo”.

—¿Hay algún otro descubrimiento que logró con este libro?—Sí, hay algo que me dejó perturbado. En la novela aparece con mucha recurrencia la figura del monje copista: toda una vida transcribiendo estos manuscritos y eran ágrafos, no sabían leer, ignoraban el sentido de lo que estaban haciendo. Y eso era así porque la Iglesia concebía que si lo entendían, podrían alterarlo consciente o inconscientemente. A mí me impacta mucho la figura de ese monje que se pasa las horas, días, meses, años, siglos, escribiendo, y que, además, ignora los caracteres, no sabe lo que está haciendo. Yo me preguntaba hasta qué punto nosotros no estamos siendo monjes copistas que hacemos automáticamente una tarea sin saber bien de qué se trata, sin comprender esos caracteres de lo que es nuestra vida finalmente, sin entender el sentido de la novela que narramos todos los días de nuestra existencia.


En “El libro de los placeres prohibidos” Andahazi se responde algunas preguntas que se hizo en “El anatomista”.
—¿El sexo es uno de sus demonios que lo persigue? ¿De dónde viene esa temática recurrente en su novela?—No es una temática que me persigue, es una temática a la cual persigo yo. Creo que hay algo intrínseco en la literatura que tiene que ver con la sexualidad. Me parece que no podría concebirse la narrativa, la novelística, la literatura sin esta pulsión de lo sexual. Quien más temprano hace este descubrimiento es Freud, quien decía que detrás de toda obra artística hay como semilla una pulsión sexual. Esa pulsión sexual Freud la describe como algo que en un proceso de sublimación se convierte en otra cosa: novela, pintura, obra de teatro, creación artística... Ahora, cuando escribo, puedo percibir claramente esas pulsiones sexuales. De lo que se trata es no de transformarla en otra cosa, sino en intentar explicarlas; por eso la sexualidad aparece a flor de piel en mi narrativa.

—Con la ciencia actual, ha quedado en entredicho Freud. ¿Ha continuado con la carrera de psicología?—Afortunadamente para mis pacientes, dejé el psicoanálisis hace mucho tiempo. Creo que como psicoanalista era un gran escritor. En cuanto a lo que dices, pero me parece que hay un abismo entre la teoría y la práctica, me parece que hay algo impracticable en el psicoanálisis, así como en la teoría de la relatividad, que no es muy lejana a la época del inconsciente del Freud. Para probar en todos sus aspectos la teoría de la relatividad, habría que superar la velocidad de la luz. Yo creo que hay algo en la práctica psicoanalítica que todavía no se puede alcanzar, que es equivalente a la superación de la velocidad de la luz en la física.

—Un personaje contrapuesto a estos monjes copistas es Gutenberg. ¿Cómo así aparece este personaje mundial en su novela?—En principio, yo había concebido este libro como una suerte de relato de esta guerra virtual que se armó, en la época de la aparición de la imprenta, entre los primeros imprenteros y los últimos copistas; pero a medida que iba avanzando en esto, descubrí un personaje fantástico, oscuro, del cual yo creía saber mucho y no sabía nada. Si nos preguntan quién fue Gutenberg, contestaríamos de manera escolar que es el inventor de la imprenta, de los libros tal cual los conocemos. Bueno, Gutenberg nunca inventó la imprenta; de hecho, la invención de la imprenta es un lugar mítico de la historia. Lo que inventa Gutenberg es una máquina para falsificar manuscritos. Pensemos que un manuscrito valía una fortuna, lo mismo que una casa en una ciudad europea. Gutenberg inventa una máquina para hacer en dos horas lo que antes llevaba dos años de trabajo.


Gutenberg es acusado de “matar el libro” en esta novela. “Su Biblia es una falsificación perfecta”, dice Andahazi.
—Gutenberg es acusado de matar el libro en su novela.—Eso solo es en la novela, no en la realidad. Y bueno, quienes tuvimos el privilegio de tener en nuestras manos una biblia de Gutenberg, sabemos que no se puede notar la diferencia entre un manuscrito y un libro impreso por él. Cuando la Iglesia se encuentra con este artefacto “demoniaco”, sabe que, en principio, la lectura de la Biblia quedaría en manos de cualquier mortal, pero ese era el problema menor, porque el tema no eran los libros sagrados, sino los libros prohibidos. Estaba el famoso Index Librorum Prohibitorum, que era el índice de todos los libros prohibidos. El gran terror de la Iglesia era qué pasaría si se hicieran públicos estos libros prohibidos. Había uno en particular que era el Libri Voluptatum Prohibitorum, el Libro de los Placeres Prohibidos, cuya sola mención erizaba los pelos de los clérigos de la Iglesia, porque condensaba todo el saber sobre el sexo desde la época de Babilonia hasta la Edad Media.

—¿Gutenberg fue un visionario, un negociante o un pirata de libros?—Fue todo eso. Fue un genio, un falsificador, un pirata y un negociante, pero creo que, fundamentalmente, él no tuvo conciencia de que era un genio. La imprenta fue el comienzo del Renacimiento; fue una bisagra en la historia de la humanidad. De modo que no se le puede juzgar a Gutenberg por sus intenciones, sino por sus hechos objetivos: fabricó la máquina más revolucionaria de la historia de la humanidad. Solamente ahora con la aparición de Steve Jobs es que podemos decir algo semejante. Me parece que Jobs, de alguna forma, fue el continuador del trabajo de Gutenberg.

—Como su personaje en “El anatomista” se preguntaba, ¿existe ese punto del cuerpo a través del cual podemos hacernos de la voluntad de las mujeres? —No, lamentablemente. A mí me parecía increíble que el clítoris tuviese un descubridor y que además se llamara Colón. Y esto fue verdad, el personaje Mateo Colón existió. Es muy elocuente, porque el tipo se propuso adueñarse de la voluntad femenina, y ya vemos que es la historia de un fracaso, y creo que, en ese sentido, en lo personal, yo vengo fracasando desde que empecé con esto hasta la fecha. 


Comenzó otra novela en Lima
—¿Qué está escribiendo actualmente?—Acabo de empezar mi novela en Lima. Anoche (la entrevista fue hecha el 20 de junio de 2013) tuve una revelación: me pasé la noche en vela escribiendo los dos primeros capítulos de una novela que va a ocurrir en Budapest durante la Segunda Guerra Mundial. También me alejo en el tiempo, pero muy poco. Es una novela que tiene algunos aspectos no autobiográficos, pero sí tiene que ver con mi historia familiar.

Marco Fernández Redacción

Fuente: Diario La Primera (Perú). 12 de agosto del 2013.

domingo, 3 de noviembre de 2013

La “República” de Badiou. El espíritu igualitario y comunista del proyecto político de Platón.

Obra de Rafael. La “Academia” fundada por Platón en el año 388 a. C. en Atenas.

La “República” de Badiou

Filosofía. El pensador francés subraya el espíritu igualitario y comunista del proyecto político de Platón.

MARIANA DIMOPULOS

Imaginemos: un cine constante, donde se suceden las películas. El único trabajo es mirar y dejarse convencer. Los espectadores tienen las cabezas fijas, auriculares inamovibles, y no pueden abandonar los asientos. No hay diversión, o es una diversión triste e inútil. En la primera versión de este mito, de hace unos dos mil cuatrocientos años, los espectadores eran prisioneros de una caverna y no veían películas sino figuras proyectadas por el fuego sobre un fondo de piedra. Esa es la versión de Platón. En la última, del filósofo francés Alain Badiou, los hombres que viven alimentados de las apariencias, sin llegar jamás al conocimiento, ven una tras otra todas las novedades de Hollywood.
Sin dudas, leyendo el mito de la caverna uno imagina inevitablemente una sala de cine. Ya lo había reconocido Cornford, el experto inglés, en su clásica traducción de la República . Pero es posible que la coincidencia, como tantas otras que descubrimos entre el pensamiento de Platón y la actualidad de nuestro mundo, no sea producto del azar. Al menos esa es la convicción de Badiou. Para demostrarlo, nada mejor que tomar el texto capital de Platón y hacerlo valer de vuelta, es decir, retraducirlo. En nuestro mundo, al igual que en el tiempo de Platón, reinan los sofistas y es preciso combatirlos. También ahora, aunque se desconfíe de ellas, existen las verdades y las ideas. Y si bien algunos lo niegan, sigue siendo válido que la filosofía y la política deben ir de la mano.
Pero no se trata de una traducción cualquiera. En su versión propia, llamada La República de Platón (Fondo de Cultura Económica), Badiou convertirá ese ideal de la ciudad que representa la República en el ideal de la política, es decir, en la igualdad ideal del comunismo.
La vasta obra de Badiou está repleta de declaraciones sobre su propio platonismo. En La hipótesis comunista , libro aún no traducido al castellano, define este programa como un “renacimiento del uso de Platón”. Y es en esta renovación del pensamiento del filósofo griego que Badiou introduce el experimento de su “hipertraducción” de la República . Para lograrlo, deberá multiplicar las operaciones textuales. Por un lado, reemplazar las referencias culturales que en las ediciones clásicas están explicadas con una nota al pie. En Badiou ya no se habla del poeta Orfeo, sino de Mallarmé; el posmoderno Jean-François Lyotard será amigo del sofista Trasímaco; las malas artes de Heródico, que mezcló la gimnasia con la medicina, se convertirán en la obsesión moderna por la dieta y el deporte, en aquellos que miden las pulsaciones y los gramos de la ensalada que se comen con tanto cuidado después. No es casual que el tono sea burlesco, porque el Sócrates platónico también lo era. Por otro lado, todo lo oscuro de la dialéctica, de las figuras matemáticas sin formalizar, quedará esclarecido, lo farragoso será suprimido, y se sucederán ejemplos de la historia y de la filosofía posterior. Badiou, él mismo autor de obras de teatro, explora también todo el potencial teatral y literario de los diálogos de Platón. Para esto, además de algunas libertades de traducción, cambia de signo a un personaje que se vuelve clave: de Adimanto inventa a Amaranta, una joven resuelta y apasionada que irá puntuando, junto con su hermano Glaucón, el avance de la argumentación socrática. Pero los jóvenes no se limitarán a decir siempre que sí, serán también sus críticos implacables. Toda esta transformación prolífica está coronada por audaces reconversiones de conceptos: el Bien será la Verdad, Dios el gran Otro. Y sin embargo, la República de Platón parece sobrevivir.
Toda traducción de un texto clásico es una actualización inevitable. Pero la operación de Badiou va mucho más allá, y busca la provocación. Sin embargo, el gesto tiene sus antepasados en la tradición de la traducción francesa. Acaso sea escandaloso, pero no necesariamente nuevo. Durante la época de Racine y de Corneille, el paradigma de la traducción de la literatura griega y romana estaba plagado de estos mismos procedimientos. Estas traducciones fueron llamadas “las bellas infieles”. Lo importante era que el texto no sonara extranjero, que fuera armonioso, que cultivara la lengua francesa. Su más famoso exponente fue un tal Perrot d’Ablancourt, que traducía los clásicos con la convicción de que servir al original era, precisamente, no respetarlo. En cierto modo, se trata de la reedición de la vieja querella entre fidelidad y adaptación. Ese movimiento de claridad y embellecimiento tuvo su repercusión en el estilo de escritura francés de épocas posteriores. Su contraparte absoluta fue poco después la teoría de la traducción radicalmente fiel, propuesta por el romanticismo alemán.
¿Pero por qué debería la filosofía, casi cuatrocientos años más tarde, usar esos artificios literarios? ¿No corre el riesgo de quedar pegada del lado del poema y del lado, peor aún, de la sofística tan condenada? En el prólogo de La aventura de la filosofía francesa (Eterna Cadencia), Badiou hace un retrato de ese acontecimiento que fue (y acaso aún lo sea) el pensamiento francés desde la segunda mitad del siglo XX. En la búsqueda de una nueva relación entre el concepto y la existencia, autores como Foucault, Sartre y Deleuze se propusieron inscribir la filosofía en la modernidad y crear un nuevo estilo de exposición filosófica. Este nuevo estilo, asegura Badiou, rivalizó muy a conciencia con la literatura. Se trata de un cruce que podríamos remontar, al otro lado del Rin, hasta Schopenhauer. O quizá hasta los griegos, porque ahí está presente todo el despliegue literario de los diálogos de Platón.
Fiel a su platonismo y a su propia proveniencia filosófica, Badiou elige con esta hipertraducción, que gracias a la tenaz traducción de María del Carmen Rodríguez podemos leer hoy en castellano, algo similar a una intensificación (¿última?) de esa corriente de pensamiento, tan indispensable como creativa, que comenzó hacia mediados del siglo pasado en Francia conectando filosofía y escritura. Pero el ciclo no debería cerrarse con este gesto. No al menos si los jóvenes, como quería Sócrates con sus preguntas y como quisiera Badiou con su literaria República, son aún corruptibles por la filosofía con cualquiera de sus recursos, es decir, si gracias a la filosofía son capaces de plantearse qué es una vida justa, qué es la política y cómo se construye una verdad. Para eso, todo vale.

Fuente: Revista Ñ (Diario El Clarín). 31 de octubre del 2013.