Eduardo Lalo: "Se impuso que América Latina no es importante
culturalmente"
En "Los países
invisibles", una ensayo narrativo y filosófico, el último ganador del
premio Rómulo Gallegos cuestiona cómo desde afuera a los países y regiones se
imponen como absolutas imágenes sin espesor. De visita en la última Feria del
libro, dijo: "No sé si vuelva a escribir una novela".
Por Marcela Mazzei
"No sé si vuelva a
escribir una novela", dice Eduardo Lalo, paradójicamente, el último
ganador del prestigioso premio de novela Rómulo Gallegos. Lo que el artista
puertorriqueño escribirá de ahora en más se parece mucho al discurso híbrido de Los países invisibles (Corregidor), el ensayo
narrativo-filosófico que llegó a presentar a Buenos Aires para la última Feria
del Libro, donde formó parte además del Diálogo Latinoamericano de Escritores.
La invisibilidad lo atraviesa todo, y el autor revela cómo se manifiesta en la
hípervisible Venecia, en la Madrid de los 80, en su Puerto Rico, bien lejos de
la victimización tercermundista. Con esa misma visión excéntrica, el último día
en la ciudad vio editado Necrópolis (Corregidor), un objeto de arte con
poemas y dibujos, una "exploración de lo que una página puede albergar sin
hacer concesiones, sin conocer límites".
-En Los
países invisibles rodeás la invisibilidad
desde diferentes ángulos, ¿a qué te referís con “invisible”?
-A mi juicio, la invisibilidad es la condición humana más generalizada. La
mayor parte de la población, aunque no se den cuenta, son más o menos, bastante
más que menos, invisibles. Muy poca gente vive en los grandes centros del
mundo. Ayer me comentaban de la visita a la Feria del súper agente literario,
Andrew Wylie, que repetía “qué grande la feria, y yo no pensaba que esto
ocurriera en América latina”. Eso es la invisibilidad, algo que no existe
porque no se supone. Es la construcción de imágenes desde fuera, por otro, que
se imponen como absolutas. Bueno, la imagen es que América Latina no es
importante culturalmente y entonces, aunque ocurra, no se ve.
-¿Por
qué hablás de países?
-En el caso mío personal, vengo de una región, el Caribe, donde es mucho más
cómodo pensar que es una imagen de estas creadas desde afuera por el turismo:
de la pobreza y la gente sonriente y bailando... Una deshumanización absoluta.
Y nosotros no somos una forma de subhumanidad. La humanidad está tanto en un
puertorriqueño como en cualquier ser humano del planeta, tenemos la misma
cabeza y por lo tanto podemos pensar. Como digo en el libro, decir que existe
un filósofo venezolano o guatemalteco, incluso argentino, es algo perfectamente
aceptable dentro de la estructura conceptual de occidente pero a la vez es
asumido como un chiste. Sin embargo, esa misma estructura lingüística, como
filósofo alemán, es de un prestigio y una solemnidad absoluta... ¡es alemán!
Eso es la invisibilidad. Lo mismo en la Feria, como el Diálogo de Escritores
latinoamericanos, está el de los escritores de provincia: están dándoles un
espacio pero los estás liquidando a la vez!
¿De
eso hablás cuando decís que la invisibilidad “son formas que adquiere la
escritura”?
-Que adquiere toda estructura cultural humana. No nos damos cuenta que en el
lenguaje hay una estructura de visibilización e invisibilización. Lo mismo que
decir “es una mujer inteligente”, es una estructura, aparentemente estás
diciendo algo positivo, la enunciación humana es inteligente, pero en el
contexto es como decir “es un negro inteligente”, o “es un indio inteligente”.
Porque no se le está atribuyendo normalmente esa cualidad. Hay sociedades
enteras, como la estadounidense, donde la cultura es cultura blanca. Lo otro
tiene un adjetivo: es la literatura de los afroamericanos, de los latinos, pero
cuando hablamos de la Literatura no está incluido eso. Siempre hay algunos que
se cuelan, lo que le llaman allá el crossover,
que cruzan al otro lado de la frontera.
-El
libro comienza con un viaje. ¿Es necesario alejarse para observar?
-En teoría no hace falta el viaje, pero siempre es una oportunidad, una
aventura de la mirada. Están los que van por los sitios famosos comprobando la
imagen que ya tienen en la cabeza, van dos minutos a ver la gran pirámide, se
toman una foto y se acabó la gran pirámide. Esa es una mirada banalísima,
porque a lo mejor sucede una cosa inesperada, que nunca has considerado, hay
algo ahí que te habla. Puede ser una frase, un olor o un sonido. Lo que sea.
-La
oportunidad de mirar da la posibilidad de otro análisis, ¿cómo llegás a la
conclusión de que Venecia, por ejemplo, es también invisible?
-Hay dos vertientes de la invisibilidad. Una es la típica, cuando hay muy pocas
imágenes de un lugar y esas pocas imágenes son producidas desde afuera –y
además son muy simples, de muy pocos píxeles, muy ralas, con muy poca
información visual. Como si a cualquiera de nosotros nos dijeran Burundi, país
de África: hay una ausencia total. O podemos tener Venecia, y ahí hay una invisibilidad
causada por la hípervisibilidad: tienes tantas imágenes de Venecia, no sólo
visuales, porque Venecia es romántica, decadente, el mundo de Visconti, es
antigua, es la inundación... Son todas imágenes muy parciales y no portan en
ellas ningún pensamiento. No hay ninguna duda de nada. Por eso los circuitos
turísticos son tan nocivos, porque es un consumo de imágenes sin espesor. El
tour es un circuito que no aporta nada a lo que ya tenías en la cabeza.
-En
un pasaje hablás de Madrid, que a pesar de haberse convertido en una “capital
blanca”, una de las grandes capitales del mundo, conservaba su espesor, la
historia en sus imágenes, ¿de qué manera se puede percibir eso?
-Es un pregunta difícil de contestar, en gran medida porque hay elementos en la
ciudad y otros elementos en quien mira. Madrid tenía espesor para mí porque
había vivido allí y tenía, por lo tanto, una relación no turística con la
ciudad. Y por otro lado hay ciudades que generan un sabor particular, que
contienen algo, y creo que es el caso de Madrid, que no es una ciudad que a mí
me guste, ni España es un lugar que aprecie especialmente.
-Hay
fuertes imágenes de España de los 80, y este ensayo fue escrito poco antes y
quizás se pueda leer en relación a la crisis española que llegó poco después.
¿Hay algo de eso?
-En ese momento no se vislumbraba, pero en algún momento del libro digo que
difícilmente España vaya a producir una literatura importante, porque están
viviendo en el cumplimento de sus grandes ilusiones: ser Europa y ser ricos. En
ese momento, que es muy reciente y justo antes de la debacle, esa sociedad se
pensaba en una posición... ¡eran ya casi alemanes!
Por otro lado, creo que siguen estando muy poco preparados para las
transformaciones que han tenido. En los 80, no había casi inmigrantes y eran
sudamericanos a raíz de las dictaduras del cono sur, ni hablar de pakistaníes,
gente de Bangladesh o árabes, chinos. Eso no existía y ahora están por todas
partes. Y siguen muy poco preparados. Es una sociedad muy provinciana, la
definición del provincianismo, una cultura insular para colmo persuadida de su
grandeza, del pasado imperial que obviamente no existe hace siglos y hasta
cuando existió está lleno de barbarie que nunca se ha asumido, y hay una
cultura media bastante poco sofisticada. Nadie puede ubicar en el mapa de dónde
viene este inmigrante. Y está llena de prejuicios.
-Eso
tiene que ver con los años de la dictadura...
-Y más allá también. Siempre ha sido una sociedad muy cerrada. Recuerdo ver en
el habla popular o en la televisión comentarios que son de un racismo chocante,
y la persona no puede concebir dónde está el racismo.
-En
otras regiones de Europa también se observan conductas racistas.
-En la pasada Eurocopa, la República Checa tenía un jugador negro, de padres
etíopes que habían llegado durante un gobierno socialista, becados para
estudiar medicina. Y se quedaron ahí, se cayó el bloque soviético y el hijo
habla checo. Pero hubo una controversia porque creían que la selección nacional
no era representativa de su país. Formular una identidad basada en algún tipo
de pureza es una locura. Y más en Europa, porque hasta la antigüedad, el
mediterráneo fue el campeonato del mestizaje, con gente yendo en cuatro
direcciones. Lo que está detrás es la cuestión de la negritud, que es la
diferencia más evidente. Es una de las cosas que rara vez se habla en América.
La negritud era un gps, porque cómo tu te escapas, tienes un código de barras
en todo el cuerpo, no hay salida, es muy eficiente.
-¿En
qué consiste la conciencia de la invisibilidad como herramienta de pensamiento?
-Aun estas cosas que son muy negativas, en la medida que las piensas, se
vuelven una suerte de aventura personal. Para mí lo ha sido. A veces me abrigo
con esta sensación y me explico el mundo, mi situación –que no siempre ha sido
la más agradable–, y eso tiene una fuerza, cierta capacidad nueva, que no se
concedía antes.
-¿Y
cuál es la relación de estos ensayos con el conjunto de tu obra?
-Mi trabajo es bastante orgánico, los libros tienen relación entre sí, no
porque sean secuelas sino porque se sigue desarrollando una línea de
pensamiento o de preocupación. El personaje del narrador o de Máximo Noreña en Simone parecieran haber leído este
libro.
-¿Y
con Necrópolis, esta suerte de libro-objeto de arte que
acaba de salir?
-Igual que todo, está explorando los límites del genero.
-Volver
a escribir novelas como La
inutilidad o Simone, ¿es hoy una preocupación?
-Yo no sé si vuelva a escribir novelas. Me interesa menos que escribir estos
ensayos, en esta forma creativa. La escritura para mí es un genero en sí mismo.
Estoy trabajando en varios proyectos que están orientados más al ensayo, con
ensayo fotográfico y la poesía. También esto puede ser una novela. Una de las pocas
cosas que dijo en su vida con algún sentido Camilo José Cela es que una novela
es un libro que en la tapa y debajo del título dice novela.
Fuente: Revista Ñ (El Clarín). 23 de mayo del 2014.
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